Baby no está seguro si tiene dieciocho o diecinueve años. Dice que cuando su madre lo llevó a inscribir al registro civil ya había pasado algún tiempo de su nacimiento y que por esa razón la fecha es inexacta. Yo no tengo más opción que creerle. La cuestión es que es menor a mi y se nota, por eso lo bauticé de esa manera, mucho antes de vernos en persona. A su vez él me llamó “Profe” y hasta hoy respetamos esos nombres. También nos encontramos en Tinder. En ninguna de sus fotos se veía su rostro completamente, siempre estaba recortado a la mitad o intervenido con el famosos filtro de perrito de Snapchat. De todas maneras yo le di su like y conseguimos un match. Baby no es un gran conversador, usualmente responde en monosílabos o frases cortas y a veces demora tiempo en contestar. Es complejo topar algún tema con él porque, aunque él crea lo contrario, hay una distancia más que física entre los dos. Los años que tenemos de diferencia equivalen a un capítulo entero de mi vida en donde (creo que) dejé atrás la adolescencia y empecé a hacerme cargo de mi adultez. Estos son los años que compartí junto al escapista, la misma cantidad de tiempo que duraría un periodo presidencial en Ecuador, pero esa es otra historia.

Baby no estudia, ni trabaja y su familia no sabe que le gustan los hombres. Vive con su madre y sus hermanos en un barrio cercano al mío y es muy probable que se muden pronto. En un principio me dijo que no tenía papá. Luego, en confianza, me confesó que su padre lleva ocho años preso de una condena de veinticinco. Cuando le pregunté, él solo me dijo que hizo muchas cosas malas. Baby no ha tenido una vida fácil, pero aquello no lo supe leer por WhatsApp. Cuando escribe es muy coqueto, le gusta el juego de la seducción, le gusta provocarme, le gusta conquistar siendo conquistado y es muy bueno haciéndolo. Siempre duerme tarde, tiene muchos gatos, su voz es nasal, le gustan las gorras, la música electrónica, salir de noche, el frío y mirar el cielo. Una madrugada de noviembre llegué ebrio a mi casa después de una fiesta y lo encontré conectado, empezamos a conversar y siguiendo la reciente costumbre le compartí una foto desnudo. Él me mandó a dormir. Al día siguiente nos reímos al respecto, pero aun con su frescura de por medio no pude evitar visualizarme como un fuckboy. No niego que para el momento en el que Baby llegó a mi vida empezaba a sentir las consecuencias de mi abstinencia sexual, pero en definitiva, conseguir sexo era lo último que buscaba en una dating app. De hecho, sigo sin saber que busco en una dating app. Tal vez ahí está mi contradicción. En cualquier caso, evité volver a hacer insinuaciones ambiguas.

Un par de días después lo invité a salir, él aceptó. Acordamos vernos en la parada de la Metrovia frente al parque Forestal a las 19h30 de un viernes. Coincidimos en el mismo bus, pero lo descubrimos al bajarnos de él y observarnos frente a frente. Ambos sonreímos y nos sentamos en la banca de la estación, solo para darnos un primer momento. Más temprano, mientras planeábamos el encuentro, le pedí que me enviara una foto de él donde pueda ver bien su rostro. Baby tiene el cabello largo, los ojos pequeños, los labios rosados y una nariz grande en comparación a su rostro. Es más delgado y más bajo que yo. Su piel es del color del café con leche. Esa noche llevaba puesto un pantalón tubo negro y una camiseta holgada blanca. Hicimos tiempo en el parque intentando conversar hasta que empezará una función de danza que era parte de un evento de la universidad, Interactos. Baby estaba nervioso. Yo, por alguna razón que no lograba entender del todo, me sentía muy atraído a él. Pero no era una atracción cualquiera, era una intensa tensión sexual que tenía a mi cuerpo permanentemente estimulado. Nos sentamos en la última fila frente al escenario. Él tomó mi abrigo y se lo puso. Yo empecé a jugar con su rodilla o colocaba mi brazo sobre su silla para tocar su cabello. En el fondo no sabía que estaba haciendo y solo esperaba que mi cita no lo aburra. Afortunadamente la función de aquella noche fue bastante buena, a diferencia del resto de la programación escénica de Interactos.

Después de la función caminamos a la Metrovia del barrio Centenario y conversamos un poco más. Aquí me contó la historia de su padre, también me contó un poco más de sus proyectos a futuro, que ciertamente no son seguros. Yo lo atiborré de un poco de mi labia teatral, aunque intenté no abusar de la misma. Antes de tomar el bus lo invité a comer una empanada. Nos sentamos junto a un pedestal con un busto de piedra y conversamos un poco más. Aquí fue cuando vi la otra cara de él que era imposible de perfilar a través de una red social. Había mucha tristeza en su interior y supongo que también mucho miedo. Me supo decir que al igual que aquella noche, tuvo algunas citas antes con otros desconocidos, que de él solo buscaban una cosa. Y fue entonces cuando sentí miedo. Y me pregunté a mí mismo si yo era como esas personas de las que hablaba. En ese momento no estaba seguro de las posibilidades. Subimos a la estación, me devolvió mi abrigo, tomamos el bus y en el camino lo tomé por la cintura para sostenerlo, el sonrió nerviosamente. Antes de bajarme en mi estación lo abracé, para que luego él siguiera su camino.

Creí que nuestro encuentro permitiría que las conversaciones virtuales crezcan, pero aparentemente Baby es una persona que prefiere los encuentros físicos antes que los cibernéticos. Y si bien manteníamos una comunicación irregularmente regular, un día simplemente desapareció. Pasó un mes en el que no supe nada de él, como nunca lo encontré en Facebook no tenía otra manera de comunicarme y supuse que al igual que yo con otras personas, sencillamente había decidido desaparecer. Pero no fue así. Baby regresó junto a las primeras lluvias del año. Resulta que le habían robado el celular y recién había conseguido otro. También tuvo que buscar en Tinder mi número para poder escribirme. Su regreso me llenó de calma. Si bien no sentía algún tipo de sentimiento en específico por él, mi cuerpo guardaba las sensaciones de nuestro único encuentro. Por eso quise volverlo a ver.

Fue hace una semana, lo invité a desayunar a mi casa. Es la primera persona a quien invito a venir después de mi ruptura. Salí temprano en la mañana a pasear a la perra de mi hermano y luego me topé con él, pasamos por la tienda para comprar unos ingredientes y luego regresamos al departamento. Me gustó mucho cocinar para él. Preparé patacones, huevos revueltos, y café pasado. También había pan y jugo de melón. Conversamos mucho más que la primera vez. También, al igual que la primera vez, volví a sentir aquella tensión sexual. Pero a diferencia de la primera vez, ya no lo sentí nervioso a él. Y aquello me reconfortaba. Yo debía salir antes del mediodía para llegar a una clase, así que tan pronto terminamos de desayunar, lavé los platos y preparé mis cosas. Él se recostó en el mueble de la sala. Unos minutos antes de salir me senté junto a él y lo besé. Y él me devolvió el beso. Luego se rió y me dio una cachetada. Compartimos un par de besos más, mientras conversábamos de trivialidades que ahora no vienen al caso, luego salimos a la calle y cada uno tomó una dirección diferente. Al despedirnos a penas y me tocó.

Baby y yo todavía conversamos, aunque no hemos planeado un nuevo encuentro. Tampoco se que quiero de él, pero se que quiero volverlo a ver. No se que quiera él de mí, pero se que en este momento él vive una vida muy diferente a la mía, en donde yo no dejo de ser un extraño. Baby es más joven que yo, pero no es ningún tonto. Él sabe algo de mí que desde nuestro último encuentro logré palpar. Puede que yo no sea (todavía) un fuckboy, pero tengo todo el potencial de serlo si quisiera. Después de todo ¿Acaso no se empieza con un corazón roto?
Capítulo 3


Baby